Riesgos de parecer a la deriva
Por Eduardo Aliverti. Arrinconado por el proceso inflacionario y bajo amenaza de impresionar como una gestión a la deriva en ese terreno, el Gobierno atraviesa uno de sus peores momentos desde aquella renuncia de Martín Guzmán que lo dejó estupefacto.
Las circunstancias no son las mismas si es por los nombres, porque Sergio Massa -por certeza, descarte o a regañadientes- sigue considerado como el único bombero que le quedaba, y queda, al Frente de Todos. Sin embargo, esa estimación (que es de afuera y de adentro) remite estrictamente a la macroeconomía.
Massa parece haber cumplido con lo que se esperaba de él como garante
transitorio del acuerdo con el FMI y, ahora, de la renegociación por
2400 millones de dólares con el Club de París que agrupa,
“informalmente”, a países acreedores también integrantes del directorio
fondomonetarista. Si no se arregla con los socios de ese club, se cae
todo lo demás.
¿Qué es “todo lo demás”?
Justamente: los números de
esa macro sin cuyo concurso se entraría a escenario de default, con
corridas cambiarias desestabilizadoras que no dejarían en pie ni a
miembros del Ejecutivo ni a figura alguna del FdT.
Como se sabe o
sufre, esa razón objetiva le interesa absolutamente nada a las franjas
mayoritarias de una sociedad agotada por la inflación. Es así sea que se
hable de estratos bajos en donde ya se llega a comer salteado, o de
sectores medios que -sumidos sí en un consumo por ahora sostenido-
resignaron toda expectativa de crecimiento y ahorro. Es secundario que
pudiese haber una sobre-representación mediática de la problemática del
conurbano bonaerense, como si fuese distinto en el resto de los ámbitos
periféricos de las grandes urbes. Y como si acaso se tratara de que los
medios de comunicación tradicionales, en manos relevantes de una
oposición feroz, tuvieran la propiedad de inventar y convencer, a medio
mundo, sobre bases completamente falsas. El 6,2 por ciento de septiembre
estuvo unas décimas abajo de lo previsto por el grueso de las
consultoras privadas, pero tiene perspectivas de ratificarse en ese
rango, por lo menos, en los próximos meses. Y exhibe a un Gobierno en
estado de inmovilización del que, directamente, hasta aquí asombra por
su falta siquiera de gestos para revelarse conmovido.
Esa cifra, como
si fuera poco, no contempla que momentáneamente está reprimido el
incremento en las tarifas de los servicios públicos.
Por fuera de
cierta intentona respecto de Precios Cuidados, con credibilidad cero al
margen, además, de que el paquete de productos involucrados fue reducido
a la mitad, no hay una sola actitud demostrativa de estar moviéndose,
ingeniando, promoviendo si no soluciones estructurales algunas salidas
de coyuntura.
Aun en la forzada concesión de que a Massa pueda
dispensársele carecer de palabras como “salario” o “ingresos populares”,
desde que asumió y porque “la macro” le insume lo urgentísimo so pena
de descalabro, es o debería ser inconcebible que en su equipo no haya al
respecto una mínima actitud de sensibilidad sobre el tema excluyente de
la inflación. Recién el viernes, al cierre del coloquio de IDEA, el
ministro citó que los números no lo dejan para nada conforme. Y anunció
que está “negociando” un nuevo programa de precios, junto con la
actualización del mínimo no imponible y el otorgamiento de un bono a
porciones vulnerables… antes de fin de año. Massa tiene toda la razón
cuando dice que no es portador de soluciones mágicas. Ni él ni nadie,
desde ya. Pero, de piso, debiera tomarse como perentorio algún gesto de
poder frente a los formadores de precios, que estipulan la inflación que
se les antoja. Que los medios dominantes se regodeen con las chicanas
del dólar Coldplay, el Qatar, el Tecno, mientras los bodegueros esperan
también el dólar Malbec aunque tengan su segundo mejor semestre
exportador de la historia, no quita que todo asemeja a una sumatoria de
parches.
Si ese conjunto dispositivo resulta comprensible por la
necesidad de preservar divisas, es inaceptable que sirva para justificar
lo ausente de alguna iniciativa -una, solamente una, que si existe y
para variar está (in)comunicada en forma desastrosa- capaz de presentar
inquietud proyectiva en torno de la inflación.
¿Cómo puede ser, por
ejemplo, eso de que no caigan ideas para promover mecanismos de cercanía
productiva, de estímulo crediticio en dirección a pymes y
micro-emprendimientos diversos?
¿O las hay y nadie en el Gobierno se
digna a atenderlas, presos todos de un chiquitaje que acaba redundado en
la lucha por los cargos, por los eslóganes, por la construcción de
épicas facilistas, por el confort de decir que la culpa le corresponde
en exclusividad a un Presidente “decorativo”?
ás bien podría decirse
que eso pasa porque, tanto en el sentido dirigente de quienes conducen
lo gubernamental como en el de aquellos que se presentan como
referencias intelectuales o de liderazgo, el Frente de Todos se
convirtió en no mucho más que una enunciación.
Son varias de sus
propias voces quienes vienen advirtiendo, en público y en reserva, sobre
lo inútil de remarcar la tragedia que significaría un retorno macrista.
El de la derecha explícita, con cualquiera de sus nominados presentes o
futuros. No es que el diagnóstico sea incorrecto. Al contrario.
Es,
simplemente, que con una economía “sin precios”, con la canasta familiar
exhausta, con la improbabilidad de previsiones básicas, no hay ninguna
chance de que este Gobierno no vaya hacia derrota severa o grave.
Las
consecuencias habrán de pagarlas quienes, con bronca o furia
entendidísimas, votarán a verdugos que en la cotidiana dan lo mismo que
aquellos incapacitados para demostrar que no lo son.
¿Queda tiempo para que el oficialismo pueda revertir el panorama?
Por
supuesto que sí. Y ni de lejos es cosa de que, siendo que hablamos de
la política argentina, falta una eternidad para las elecciones.
El problema sustancial no es el tiempo, sino la vocación política.
Incluso, o ante todo, una vocación medida en términos de decisiones personales.
Es imposible que pueda remontarse la cuesta que fuere si la política no le ofrece signos y determinaciones a la economía.
La
derecha cambiemita no la tiene fácil porque carece de liderazgo
indiscutible. Pero, tarde o temprano, abarcando a “libertarios” que
funcionalmente son los más sistémicos de todo el espectro, se pondrán de
acuerdo.
Después se vería si eso supone portar un proyecto “lúcido”
de cuáles fracciones de qué burguesía o, como es dable calcular, una
bestialidad que reunificaría al peronismo derrotado no se sabe con qué
conducción. Pero se pondrán electoralmente de acuerdo, antes o después
de cuando sea necesario.
Enfrente, tampoco debería subestimarse la
chance de que, en caso de amortiguar la inflación, Massa y el peronismo
se conviertan en la variante menos “traumática” para el Poder (junto con
los intereses de Washington, dedicados a impedir la expansión china en
la región). Hay indicios que apuntan allí. Para la tribuna, el coloquio
de IDEA semejó demostrar lo mismo de siempre pero, en radio-pasillo,
resaltaban las preguntas acerca de si los cambiemitas están preparados
para gobernar. O si sería mejor…
Mientras tanto y aunque sea pronto
para especular, no queda claro ni por asomo qué tienen para ofrecer, con
algún rastro entusiasta, los componentes gubernamentales.
Para este 17 de octubre, la imagen será que se perdió la cuenta de en cuántos actos se dividirá el recordatorio.
Y
“fuera” de la fecha, se persiste en que no haya ni tan apenas una mesa
chica, elemental, donde se discuta -acordar sería algo así como la
gloria- apenas la realización o eliminación de las PASO.
Insistido:
si en la economía no hay nada para decir que le signifique algo concreto
a las necesidades de “la gente”, lo mínimo es aspirar a que la política
tenga algo para decirle a la economía.
Ese es el desafío
prácticamente uniforme del Frente de Todos, si es que todavía se
pretende como una coalición de voluntades dispuesta a enfrentar la
maroma que (se le, se nos) viene.
Macri, Bullrich, Larreta, Milei, las guitarras radicales.
No habrá derecho al pataleo.
De vuelta: no es el tiempo que falta. Es la vocación para saber aprovecharlo.