La Iglesia cuestionó la crisis económica, el aborto y los "ataques personales" al Papa
La Iglesia cuestionó la crisis económica, el aborto y los "ataques personales" al Papa Francisco
Estamos terminando un año sumamente difícil. Muchos acontecimientos que hemos vivido en los últimos meses nos han provocado perplejidad, y al mismo tiempo nos plantean grandes desafíos pastorales para ser iluminados a la luz del Evangelio. Son situaciones complejas y conflictivas, que esconden un mensaje que tenemos que descubrir. Repasando el año transcurrido, recuerdo y enumero algunas:
a) La habilitación del debate sobre el aborto y su repercusión en muchos de nuestros jóvenes, incluso de nuestros colegios y comunidades a quienes hemos visto tomando partido con su pañuelo verde.
b) El fenómeno de las apostasías que apareció posteriormente.
c) Las denuncias de abusos que aumentan el dolor en lo más profundo del corazón de la Iglesia.
d) Hemos sido testigos también de ataques a la persona del Santo Padre desde dentro y desde fuera de la Iglesia de un modo que no tiene precedentes, lo que genera la escasa difusión de su pensamiento y de su prédica. Esto se extiende a la Iglesia toda ya que parecería que decir algo bueno sobre ella no es políticamente correcto.
Todo esto lo hemos vivido en medio de una crisis social y económica que
golpea a todo el pueblo argentino, y que va resintiendo la confianza en
la dirigencia política aumentando el mal humor social, el enojo y la
intolerancia que hace muy crispada la convivencia.
Frente a todo esto podemos reaccionar de varias maneras, dos que aparecen con fuerza podrían ser:
1) La ira, el enojo, la victimización:
Podemos
sentirnos rechazados y pensar que a Jesús le pasó lo mismo. Un
pensamiento parecido a: “nosotros estamos bien, los equivocados son los
demás”. Esto no es justo, ni totalmente honesto. En muchas de estas
situaciones hemos tenido nuestra parte de responsabilidad. Esto nos debe
hacer pensar en nuestra propia conversión personal y pastoral. Y hacer
un profundo examen de conciencia.
2) Otra posible reacción es la parálisis y la inmovilidad.
Nunca
nos habíamos imaginado que íbamos a estar delante de estos problemas,
cuyas raíces y motivos a veces nos cuesta entender. No sabemos adónde
nos van a conducir. Entonces nos quedamos inmóviles, como quien espera
que pase la tormenta.
Esta reacción es comprensible pero poco
apropiada, ya que el Papa nos llama a ser una Iglesia en salida
misionera (EG 27), prefiriendo una Iglesia que se accidenta y toma
riesgos en lugar de una Iglesia que se encierra en sí misma. (Vigilia de
Pentecostés 2013).
El pasaje de la carta a los Filipenses que
hemos leído (2, 1-4) nos exhorta a la unidad y a la empatía: “tengan un
mismo sentir”. Nos invita a la humildad y a velar por los intereses de
los demás.
En sintonía con esto, el Evangelio de Lucas nos presenta a
Jesús optando por la lógica del amor, del servicio y de la humildad. No
por la lógica del reconocimiento y la honra humana.
Jesús manda
romper el círculo cerrado de la comodidad e invertir en relaciones que
puedan dar fruto y pide que invitemos a los excluidos: a los pobres, a
los lisiados, a los ciegos. No era esta la costumbre de entonces y nadie
hace esto ni siquiera hoy. Pero Jesús insiste: “¡Inviten a esas
personas!”. En la invitación desinteresada, dirigida a los marginados,
existe una fuente de felicidad: “y serás dichoso, porque no te pueden
corresponder”. Descubrimos así una felicidad nueva y diferente. Es la
que nace de haber hecho un gesto de total gratuidad. Un gesto de amor
que busca el bien del otro sin esperar nada a cambio. Jesús nos enseña
que esta felicidad es semilla de la que Dios dará en la resurrección y
ya empezamos a experimentarla ahora. Es corresponder a la generosidad
del amor de Dios que nos ama gratuitamente.
Podemos preguntarnos
entonces: ¿dónde buscamos el reconocimiento?, ¿en los ojos de quiénes?
Como discípulos de Jesús tenemos que esperar este reconocimiento sólo de
Él, sirviendo a aquellos con quienes Él se ha identificado.
¿Qué
actitudes encontramos sugeridas en la Palabra que hemos recibido hoy
para poner en práctica en este momento crítico que estamos viviendo?
La primera actitud es la humildad que nos permite mirar de frente nuestra propia fragilidad.
La
humildad nos permite escuchar de un modo nuevo el corazón de aquel que
está enojado con la Iglesia, que ha sentido la ausencia de alguien que
le mostrara el verdadero rostro de Jesús.
El texto de hoy nos mueve a
renunciar al reconocimiento y a concentrarnos en nuestra tarea
evangelizadora esencial, que es trabajar para que todos tengan un lugar
en la mesa del Reino.
Mirando nuestros pecados y los escándalos que
se han dado en algunas de nuestras comunidades, tenemos que ahondar el
camino de nuestra conversión personal y eclesial. Un serio compromiso en
este sentido visibiliza el hecho de que estamos asumiendo nuestra
responsabilidad como pastores.
Tenemos que aprender a
desprendernos de un reconocimiento social que los Obispos teníamos en
otro tiempo y que vamos dejando de tener.
Cuando se vive un tiempo
de intensa purificación y muy alejado de una Iglesia triunfalista, es
hora de renunciar a los primeros puestos en el banquete, sirviendo con
humildad a los hermanos más pobres. Y vivirlo como una oportunidad de
crecer en el amor a Jesús y a los hermano. Esta Iglesia humilde, es un
modo muy concreto y providencial de ser “Iglesia pobre para los pobres”,
como nos pide el Papa.
La segunda virtud que aparece como
necesaria en este momento es la paciencia, que es parte de la virtud de
la fortaleza. No es inmovilidad, ni blandura, ni resignación, es la
paciencia del que resiste con firmeza. La paciencia de quien persevera
en el bien que nadie ve, siempre abierta a la esperanza. La esforzada
paciencia de los mártires.
Sembramos el Evangelio sin saber cuándo
florecerá, cuándo será la cosecha. A nosotros sólo nos toca hacer
nuestra parte: “esperar lo que no vemos es esperar con paciencia” (Rm.
8, 25).
La paciencia es un tema recurrente en las homilías del
Papa Francisco que nos dice: “no sólo nosotros debemos tener paciencia,
el Señor también la tiene con nosotros. Él nos espera y nos espera hasta
el final de la vida. Pensemos en el buen ladrón que justo al final lo
reconoció.
El Señor camina con nosotros pero muchas veces no se deja
ver como en el caso de los discípulos de Emaús. El Señor se implica en
nuestra vida, pero muchas veces no lo vemos.”
En tercer lugar
necesitamos el coraje, la valentía de Jesús. Valentía para encarar los
cambios. La parresía es un don del Espíritu. Es la disposición
espiritual para hablar libremente y con verdad incluso en situaciones
adversas. El Apóstol Pedro nos advierte: “Queridos míos no se extrañen
de la violencia que se ha desatado contra ustedes para ponerlos a prueba
como si les sucediera algo extraordinario”. Para resistir estos ataques
se requiere un espíritu libre y también sabio, para discernir y elegir
cuando hablar y cuando callar. Es un momento para ser especialmente
“sencillos como palomas pero astutos como serpientes” (Mt 10, 16). En
esto tenemos que cuidarnos y sostenernos mutuamente no por nuestra
honra, sino por el santo pueblo fiel de Dios que se puede ver confundido
y desmoralizado por los mensajes que recibe.
Finalmente tomando
el texto de la Carta a los Filipenses recibimos este conjuro,
afectuoso y apremiante del Apóstol, como si nos dijera: - por lo que más
quieran “les ruego que hagan perfecta mi alegría permaneciendo bien
unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No
hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad”.
Hoy más que
nunca debemos cuidar y defender la unidad de nuestro Episcopado,
buscando plantear de frente nuestros acuerdos y desacuerdos, no
permitiendo que el espíritu del mal logre dividirnos. Es tiempo de
diálogo sincero, profundo y valiente entre nosotros. Un diálogo así nos
enriquece y favorece nuestra unidad.
Que el Señor de la
paciencia, venerado en tantos lugares de nuestra América Latina, nos
regale su paciencia fuerte y valiente. Y que la Virgen de Luján, Patrona
del Pueblo Argentino, nos ayude a dejarnos iluminar por el Espíritu
para que nos muestre sus caminos en esta hora difícil de la Iglesia y
de la Patria.