Vergüenza ajena

Reflexión sobre la cacerolera Azuleña que pintó sobre el logo de Madres de Plaza de Mayo.
Por Miguel Di Spalatro
Vejar los pañuelos de las madres, es faltarle el respeto a los 30 mil muertos que el terrorismo de estado dejó en su intento por suprimir las utopías subordinando por el poder de las armas los ideales de una generación que aspiraba a vivir en un país más justo.
Vejar los pañuelos de las madres, es ofender el dolor de quienes aún hoy siguen pidiendo justicia para sus hijos a los que desaparecieron desde la dictadura genocida que apoyó la Sociedad Rural.
Vejar los pañuelos de las madres, es reírse de las abuelas que no claudican en la búsqueda de nietos apropiados ilegítimamente, paridos en cautiverio, nacidos en salas de tortura entre picanas y gritos desgarrados.
Ultrajar el símbolo emblemático de las mujeres que enfrentaron con una
ronda, desde su debilidad frente al poder, pero a la vez desde la
fortaleza de ser madres, las bayonetas y fusiles que sometían al
pueblo, es ofender al pueblo mismo. Es ofender a cada hijo, a cada
mujer, a cada argentino bien nacido.
Y es también demostrar cuál
es el fin que persiguen ciertos sectores minoritarios que no conocen el
dialogo, que no están acostumbrados a la paz, que privilegian sus
mezquinos intereses económicos y personales por sobre los de la nación.
Pero
no debe extrañarnos que estos sectores de la oligarquía agropecuaria
que a sable y balas durante la conquista del desierto (curiosamente
financiada también por la Sociedad Rural) se apropiaron de tierras que
ya tenían dueños, sigan fomentando el odio.
Odian que el hijo de su peón tenga una netbook y que para colmo el peón tenga derechos y cobre el sueldo en blanco.
Odian
la justicia social que mejora la calidad de vida de los sectores
postergados. Para ellos la ecuación es: más justicia social, menos
empleadas domésticas.
Odian la inclusión que para ellos significa perdida de privilegios.
Odian a cada argentino que piense distinto. Para ellos el pensamiento debe ser hegemónico.
No toleran que la democracia se quede para siempre y que el pueblo elija en libertad cual será su destino.
Y
en su cobardía, y en la desesperación de verse cada vez más solos, la
estanciera de Azul busca protagonismo ante las cámaras y nos avergüenza.
Nos
avergüenza como azuleños al ver el nombre de la ciudad junto al suyo
debajo de la foto en que quedó estampado el vandálico momento en que
veja los emblemáticos pañuelos de las Madres de Plaza de Mayo pintados
alrededor de la pirámide.
Nos avergüenza que de este pueblo de hombres y mujeres trabajadores y cultos emerja la barbarie.
Nos avergüenza convivir con una golpista que el 2009 pedía a gritos que vuelvan los militares.
Pero también la comprendemos.
Estaba
exaltada ante el fallido cacerolazo de los barrios paquetes. Esta
nerviosa ante un gobierno que llega integro al 2015. Esta molesta por
las conquistas logradas y vislumbra que ya no se podrá volver atrás. Y
le teme al futuro. Y le duele la alegría de un pueblo que crece con
memoria sobre un pañuelo blanco.