El futuro del empresario argentino
Anticipo de su próximo libro
Por Aldo Ferrer*
http://www.eldiplo.org/183-mas-riqueza-mas-desigualdad/el-futuro-del-empresario-argentino
A lo largo de la historia, hasta el presente, no existieron ni existen los empresarios sin Estado, ni desarrollo económico sin empresarios. Y cada país muestra su peculiar “densidad nacional”. En su nuevo libro, Aldo Ferrer analiza los futuros desafíos a los que se enfrentarán tanto el Estado como el empresariado argentinos.
El desarrollo económico ocurre, en todo tiempo y lugar, en economías de mercado. Vale decir, en aquellas en que el empresario juega un papel protagónico en la inversión, el cambio técnico y la inserción en la globalización. El empresario, como grupo social, consiste en el conjunto de actores que cuentan con recursos y los organizan, para realizar una ganancia, en el marco de la economía de mercado. No es una categoría homogénea. Abarca multiplicidad de actores, desde las grandes corporaciones hasta las pequeñas, medianas y micro empresas, en los diversos sectores económicos.
No hay ejemplo alguno de desarrollo fuera de la economía de mercado, es
decir, sin empresarios. El último intento en gran escala fue la Unión
Soviética. En América Latina, Cuba, pese al progreso de sus indicadores
sociales y el ejercicio de su soberanía, no ha logrado instalar un
modelo de desarrollo sustentable de largo plazo. El extraordinario
desarrollo de China comenzó cuando el régimen comunista incluyó un
espacio sustancial de economía de mercado. En diversos contextos
institucionales estables, el desarrollo siempre se registra en economías
de mercado con protagonismo empresario.
Asimismo, el desarrollo
invariablemente ocurre abierto al mundo, dentro de un espacio nacional
organizado por un Estado capaz de ejercer la soberanía, arbitrar los
conflictos sociales, promover la inclusión social, facilitar el
despliegue del papel protagónico de los empresarios y ofrecer los bienes
públicos esenciales al desarrollo económico y social.
En el
capitalismo temprano, en la Europa del Renacimiento, el desarrollo
dependía de la habilidad de los herreros y la iniciativa de los
comerciantes. Estos fueron los embriones del empresario como grupo
social, frecuentemente denominado “burguesía nacional”. Desde el siglo
XVI, cuando la actividad comercial trascendió a la esfera transnacional e
intercontinental, se instaló el mercantilismo y la alianza entre el
Estado y el empresariado. Este último apeló al Estado para proteger su
predominio en el mercado interno y respaldar su proyección mundial. La
alianza se profundizó con la explosión tecnológica de la Primera
Revolución Industrial.
Desde entonces, la motivación de la
ganancia se desplegó en el contexto del avance tecnológico, la
transformación de la estructura productiva y la expansión al mercado
mundial. Las actividades que lideraron el avance tecnológico fueron el
caldo de cultivo del empresario innovador.
El apoyo del Estado
fue siempre esencial. A lo largo de la historia, hasta el presente, no
hay empresarios sin Estado, ni desarrollo económico sin empresarios.
El rol del Estado
La
división internacional del trabajo entre países exportadores de
manufacturas (el “centro”) y de materias primas (la “periferia”)
configuró el protagonismo del empresario en unos y otros. Dada la
ausencia de industrialización en la periferia, el empresario se
anquilosó en actividades rentísticas, el abuso de posiciones dominantes y
en la marginalidad de las actividades de baja productividad. En el
mismo escenario, las filiales de empresas extranjeras prevalecieron en
las actividades económicas más importantes, incluyendo la explotación de
los recursos naturales destinados al mercado mundial. En tales
condiciones, no fue posible la existencia de empresarios capaces de
incorporar los conocimientos de frontera, transformar la estructura
productiva y proyectarse al resto del mundo. Es la situación que
prevaleció en Argentina y el resto de América Latina.
Dos
factores son esenciales en la construcción de un empresario impulsor de
desarrollo. Por una parte, la existencia de un Estado nacional con
suficiente autonomía decisoria y, por lo tanto, capacidad de remover los
obstáculos planteados por los poderes fácticos, internos y externos,
asociados a la estructura preindustrial y al ejercicio de las posiciones
dominantes. El Estado tiene que contar con suficiente capacidad
regulatoria para defender el interés público, el desarrollo nacional y
la soberanía. En Argentina, el Estado neoliberal, que prevaleció entre
1976 y 2001, estuvo sometido a los poderes fácticos y, en particular, a
la especulación financiera. Era incompatible con el desarrollo del
empresario argentino y con el sostenimiento de los equilibrios
macroeconómicos.
Por la otra, la velocidad del desarrollo de las
actividades en la frontera del conocimiento y de la consecuente
transformación de la estructura productiva. Es, en tales actividades,
donde prevalecen los empresarios innovadores, promotores de la
inversión, el cambio tecnológico, la creación de empleo a niveles
crecientes de productividad, la generación de ventajas competitivas
dinámicas y la proyección de la producción doméstica al mercado mundial.
En
ese contexto, antiguos protagonistas de la actividad privada pueden ser
atraídos a las nuevas actividades, por las perspectivas de
rentabilidad.
Cada país tiene el empresario que se merece en
virtud de su capacidad de constituir un Estado nacional desarrollista e
impulsar la transformación de la estructura productiva.
El
análisis histórico revela que la existencia de tal Estado descansa en la
fortaleza de la densidad nacional de los países (1). Vale decir, la
cohesión social, la impronta nacional de los liderazgos, la estabilidad
institucional y el predominio de un pensamiento crítico, defensor de los
propios intereses. En nuestro país, la carencia o insuficiencia de
estas condiciones fue extremadamente crítica en el período de la
hegemonía neoliberal. Esto provocó la inestabilidad del sistema y la
creación de condiciones hostiles al empresario argentino.
No hay
nada genético, en el ADN del empresario argentino, cuando privilegia la
especulación sobre la producción o cede el protagonismo a las filiales
de empresas extranjeras, en vez de asumir el liderazgo de la
industrialización.
Si se transplantaran al país los empresarios
más innovadores del mundo en desarrollo –por ejemplo, los coreanos– al
poco tiempo tendrían el mismo comportamiento que los argentinos. Y, como
me señaló el vicedecano de la Facultad de Ciencias Económicas de la
Universidad del Litoral, si estos se radicaran en Corea, se comportarían
como los coreanos. El Estado tiene la responsabilidad fundamental de
crear los espacios de rentabilidad y el contexto que oriente la
iniciativa privada al proceso de transformación. El empresario es, en
definitiva, una construcción política. […]
Los desafíos del gobierno
Un
país que se propone objetivos nacionales y populares enfrenta el
desafío de incorporar al empresario argentino al proceso de crecimiento,
con inclusión social. Las pequeñas y medianas empresas son
protagonistas fundamentales, por su participación en las cadenas de
valor, la generación de empleo, la incorporación de la ciencia y la
tecnología y su amplitud territorial y raíces en la sociedad. En
numerosas actividades, la revolución tecnológica contemporánea ha
eliminado las economías de escala, habilitando a las Pymes a operar con
los conocimientos de frontera. Es el caso, por ejemplo, del sector del
software, que en los últimos años creció en términos de producción,
exportaciones y empleo muy por encima de la media nacional. El
indispensable control de las posiciones dominantes de los mayores grupos
económicos, en diversos mercados, no excluye su convocatoria a
participar en la transformación de la economía.
El Estado tiene
una responsabilidad fundamental en la construcción del empresario
argentino. Las políticas públicas configuran los espacios de
rentabilidad que atraen la inversión, incentivan el cambio técnico y
determinan la asignación de los recursos. Si el Estado ejecuta una
política neoliberal, se acrecienta la especulación, consolida la
estructura preindustrial y, por lo tanto, esteriliza el potencial
transformador de la empresa privada.
El Estado debe asegurar la
solidez de la macroeconomía y afirmar el convencimiento de que el lugar
más rentable y seguro, para invertir el ahorro y desplegar el talento
disponible, es Argentina. Es también indispensable la solidez del
proyecto nacional de desarrollo, orientado a formar una economía
industrial, integrada y abierta, inclusiva de todo el territorio,
asentada en una amplia base de recursos naturales e inserta, en el orden
mundial, como titular de su propio destino. Sobre estas bases, es
necesario mantener un diálogo permanente entre el Estado y la sociedad
civil, incluyendo a las organizaciones representativas de los diversos
componentes del empresariado. El Congreso es el ámbito natural para el
tratamiento político de estas cuestiones fundamentales. No siempre
cumple con esa función. Por ejemplo, una de las comisiones principales
de la Cámara de Diputados, la de Industria, se reunió una sola vez en
2013.
Las tensiones que genera una política de inspiración
nacional y popular y, por lo tanto, transformadora de las relaciones
económicas y sociales, genera el riesgo que se malinterprete la
naturaleza de los problemas a resolver. Suponer, por ejemplo, que el
aumento de precios es consecuencia de maniobras de los especuladores,
sin tomar en cuenta la influencia de los desequilibrios macroeconómicos,
generados por la propia política económica. Lo mismo sucede con las
turbulencias en el mercado de cambios, donde la especulación siempre
existe, pero es desestabilizadora sólo cuando la economía real genera
insuficiencia de divisas.
La estructura de los mercados y las
posiciones dominantes existen con estabilidad, inflación moderada o alta
inflación, incluyendo la hiper. Lo que determina el comportamiento de
los mismos actores en distintos escenarios, es el contexto
macroeconómico determinado por la política económica. Golpes posibles de
mercado y pescadores en río revuelto siempre existen, lo importante es
evitar que el río esté revuelto. Es indispensable la precisión en el
diagnóstico de la causa de los problemas, para evitar confrontaciones
innecesarias entre las esferas pública y privada.
La
transformación debe proponerse la redistribución progresiva de la
riqueza y el ingreso y, al mismo tiempo, atender a las condiciones del
desarrollo en una economía de mercado. Es inconcebible la justicia
social en el marco del subdesarrollo y la pobreza. Cuando prevalecen
desequilibrios macroeconómicos y ausencia de crecimiento, las tensiones
distributivas agudizan el conflicto social y pueden culminar en el
retorno de las políticas neoliberales.
El desorden es el peor
enemigo de las políticas de transformación y los propios errores, más
que los obstáculos planteados por los beneficiarios de la vieja
estructura, la causa principal de las frustraciones. Cuando los sectores
retardatarios tienen capacidad de impedir la transformación, es por la
debilidad del campo nacional y/o porque ha fallado la estrategia
política de la transformación. […]
En un mundo multipolar, en el
cual los mercados se multiplican y se debilita la capacidad de los
intereses “céntricos” de organizar las relaciones internacionales, el
futuro del empresario argentino descansa esencialmente en la eficacia de
la política económica del Estado nacional argentino y su capacidad de
generar las sinergias de las esferas privada y pública. Sinergias en la
gestión del conocimiento, la generación de empleo de calidad e inclusión
social, la movilización de los recursos disponibles, la transformación
de la estructura productiva, la integración del territorio y la
proyección al mercado internacional.
1. Aldo Ferrer, La densidad nacional, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2004.